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sindicatos

No debemos renunciar a los sindicatos

Este título de “no debemos renunciar a los sindicatos” (al que habría que añadir: “sino que debemos mejorarlos”) viene a colación de una decisión del Gobierno balear que consiste en eliminar de un plumazo a todos los liberados institucionales de la Comunidad Autónoma. Hay quien, siendo trabajador, aplaude ignorantemente esta decisión que sin duda desequilibra los juegos de poder entre mano de obra y capital, y desposee a los trabajadores de un instrumento reconocido en la Constitución vigente.

El problema reside en que quien siendo un currante y apoya esta perversión de los conservadores, se queda sólo en la superficialidad del problema, ya que está atendiendo únicamente a su quizás mala experiencia personal con el sindicato o con el liberado sindical de turno. Sin embargo la cuestión es más compleja, porque si se suprimen los liberados sindicales, se están arrebatando a la clase trabajadora unos derechos fundamentales (como son asociarse y defender juntos sus intereses de grupo), que costaron sangre, esfuerzo y demasiado tiempo conseguir.

A pesar de todos los errores de los sindicatos, y de aquellos que se aprovechan del sindicato para su propio beneficio, este es el instrumento más útil que conocemos hasta el momento para equilibrar la fuerza de los trabajadores frente a los intereses particulares de la empresa. Esto es irrefutable. Por tanto, no nos dejemos embaucar por cantos de sirenas y gaviotas travestidas, y caigamos en la cuenta de que en realidad, los sindicatos no sólo son necesarios, sino que son un reflejo de la propia clase trabajadora.

Es duro decir esto, no lo niego, pero es que los sindicatos (tanto para bien como para mal) son lo que son fruto de las distintas actitudes que las personas podemos mostrar. Es decir y resumiendo: si un sindicato negocia bien un convenio es porque detrás hay trabajadores comprometidos no sólo con sus intereses particulares sino con los derechos generales de su colectivo. Si un liberado sindical vive del cuento es porque sus compañeros lo permitimos y no tenemos las agallas suficientes para botarle del puesto, y mucho menos tenemos la integridad moral (de la que tanto posiblemente alardeamos) de dar un paso adelante y de defender nosotros mismos los intereses de nuestro colectivo.

Por ello y concluyendo, creo que tenemos los sindicatos que nos merecemos. Pero ojo, opinar de este modo no significa estar en contra los sindicatos, sino que significa estar a favor, ya que la mejor atención que se le puede hacer a cualquier institución social es la crítica y autocrítica para mejorarla y para adaptarla a las necesidades de cada tiempo.

La cuestión, por tanto, no consiste en eliminar a liberados o renunciar a los sindicatos, sino en tomar conciencia y ser, nosotros los trabajadores, los primeros que les tiremos de las orejas a aquellos liberados ineficientes y sustituirlos por otros comprometidos. Otra cosa puede ser que ni los propios trabajadores estemos comprometidos con nosotros mismos…

Alfonso Cortés González es profesor de Comunicación y Sociedad y de Comunicación de las Administraciones Públicas en la Universidad de Málaga
www.alfonsocortes.com

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La talla del PP y la negación del diálogo

Artículo publicado en elplural.com
Enlace: http://www.elplural.com/opinion/detail.php?id=55400

Esta semana ha sido puesto en evidencia que el PP no da la talla. Tras el acuerdo alcanzado por el Gobierno, patronal y sindicatos, se ha constatado que los de Rajoy no son, ni de lejos, una alternativa factible de gobierno en estas circunstancias. No hay nada peor para un sistema democrático que un partido con opciones reales de ganar las elecciones, que desprecia (y renuncia a) la herramienta fundamental de la democracia: el diálogo.

Antes incluso de que se institucionalizasen las democracias occidentales, las tertulias minoritarias “de salón” (en los sistemas de alternancia de partidos en el XIX) sirvieron de impulso para la democracia incipiente, ya que con tales tertulias, se quería profundizar en la idea de que los problemas (sean políticos o de la índole que sea) podían resolverse si se discutían y si se llegaba a acuerdos derivados de la negociación. Se planteaba este diálogo político y social como una forma más inteligente de solventar las diferencias, que el tradicional uso de la fuerza bruta.

Por eso es realmente grave que el PP no quiera siquiera sentarse a hablar (de nada), vaya a ser que se alcance un pacto medianamente útil, y aleje a los de Rajoy de La Moncloa. Y bien es verdad que esta actitud del principal partido de la oposición no parece abiertamente violenta, pero sí violenta al sistema mismo. En este sentido, el PP está usando su fuerza bruta de partido mayoritario para asfixiar los principios básicos de nuestro marco político. Este tipo de estrategias obstruccionistas del diálogo son características de partidos totalitarios que, en su día, fueron los que propiciaron las brutales dictaduras europeas del siglo XX.

Para que la concordia democrática funcione y no volvamos a dirimir nuestras diferencias a palos, es necesario la participación de las fuerzas políticas y sociales en todos los foros que atañen a los intereses ciudadanos, y sobre todo que tengan buena disposición para alcanzar pactos y acuerdos con vocación de superar las dificultades. Por ello, si una de las dos fuerzas mayoritarias se niega a participar, y a propiciar acuerdos sociales, está atacando la médula, la esencia misma del sistema y del espíritu democrático.

No sé si el pacto alcanzado por el Gobierno, sindicatos y empresarios es el más conveniente o no (tengo mis reservas y dudas), pero lo que sí creo es que para superar más cómodamente los problemas, es necesario que el partido que aglutina al menos el 30% de los votos en nuestro país, se moje y participe. Si al PP no le parece bien el acuerdo, que se sume al diálogo y presente sus propuestas y alternativas. Seguro que se discuten.

Si el PP no hace esto, está claramente boicoteando a su propio país. Inclusive la CEOE (antes dirigida por el nefasto Díaz Ferrán) se ha dado cuenta que hay que arrimar el hombro. Lo que pasa es que el PP ni siquiera tiene ideas que poner sobre la mesa, simplemente espera a que la Presidencia del Gobierno les caiga encima por la gracia de la crisis.

Para muestra evidente de lo que digo, la siguiente: este martes en la tele de Pedro J, el líder de la oposición (un tal Mariano Rajoy), no era capaz de explicarnos sus propuestas políticas y económicas (y balbuceaba como un niño), alegando que no entendía bien su propia letra. La frase “qué triste” se queda demasiado corta para comentar esta actuación estelar del barbudo opositor. Por ello, para que no se me acuse de bravucón, no diré nada más al respecto.

Volviendo a la idea principal de este artículo, la de trabajar con el diálogo para construir sociedad, quiero destacar, en contrapartida a la postura del PP, la talla moral de los sindicatos, que como CC.OO., a pesar de tener recurrido el decreto que recorta el salario de los trabajadores públicos unilateralmente, no se cierran al diálogo, y ponen sobre la mesa sus intereses y su fuerza social al servicio del país. Y lo hacen aunque sea lo difícil y lo que no les pide el cuerpo. Lo fácil es lo que hace el PP; pero como en muchas circunstancias en esta vida, lo más fácil es lo menos aconsejable. ¿Cuándo no nos queden espacios reales en los que dialogar y pactar nuestros modelos de sociedad, volveremos a las trincheras?

Alfonso Cortés González es profesor de Comunicación y Sociedad en la Universidad de Málaga

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«La única huelga inútil es la que no se hace «

Conversación de Luís García Montero y Joaquín Sábina con diario Público.
Enlace: http://www.publico.es/dinero/338992/unica/huelga/inutil

El poeta Luis García Montero (Granada, 1958) y el cantautor Joaquín Sabina (Úbeda, Jaén, 1949) ya complotaban juntos en la Granada del tardofranquismo la forma de unir a la cultura roja e insumisa con la lucha del movimiento obrero. Más de 30 años después ha cambiado casi todo, pero ahí siguen: en lo mismo. En la cuenta atrás de la huelga general, los dos amigos se juntaron el lunes en la casa de un convaleciente Sabina «estoy magullado por una cogida de un toro muy cabrón», bromea para charlar, con Público de testigo, sobre una huelga que ambos consideran imprescindible.

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La huelga y el papel de los sindicatos

Artículo publicado en elplural.com
Enlace: http://www.elplural.com/opinion/detail.php?id=47731

Las huelgas han servido (y siguen teniendo su utilidad) como instrumento del movimiento obrero para presionar al poder y sentarle a negociar unas mejores condiciones laborales. Sin embargo, en la sociedad actual, los sindicatos no pueden permitirse el lujo de la huelga como único instrumento (aparentemente, ojo) para corregir la deriva de los acontecimientos. Si no se replantean los sindicatos seriamente sus estrategias y su gestión de la comunicación, cada vez lo van a tener más crudo y el capital más fácil para lograr sus intereses (tomando los términos de la economía clásica de capital y trabajo).

La huelga debe dirigirse correctamente contra el poder que no accede a las reivindicaciones justas de los trabajadores. En este sentido, si es en Europa desde donde se han tomado y obligado estas medidas, la huelga habría que hacerla en red todos los sindicatos europeos contra esta Europa, contra estos poderes especulativos, y tratar de utilizar a los gobiernos europeos como correa de transmisión en las reivindicaciones.

Ahora bien, esto es muy complicado porque en primer lugar los Gobiernos están asumiendo como propias estas medidas, y por tanto ponen su cara para las bofetadas, y porque en segundo lugar la estructura político-económica de Europa aún no la tenemos los ciudadanos interiorizada: que si Parlamento Europeo, que si Consejo de la UE, que si Comisión Europea, que si Presidencia (rotativa y permanente), etc. y en consecuencia seguimos entendiendo la política en clave de Estado-Nación con soberanía económica, y no afinamos bien el tiro a la hora de responsabilizar a los poderes. A esto habría que añadir una tercera cuestión: la incapacidad de reinventarse de los sindicatos en las dos o tres últimas décadas.

Si los Gobiernos torpemente asumen como propias estas decisiones, es normal que los sindicatos carguen en España, en Francia o en Alemania contra estos Gobiernos. Ahora bien, si estos mismos Gobiernos, honestamente reconociesen que han sido obligados a tomar estas decisiones, y que formar parte de la Unión Europea consiste en perder gran parte de la soberanía económica, ayudarían a los sindicatos a realizar su labor, y estarían haciendo pedagogía política hacia los ciudadanos y ayudarían a que entendamos mejor las nuevas reglas del juego político y económico con las que llevamos jugando en España desde 1986.

España (como otros muchos países de la Unión, incluidos Francia y Reino Unido) tenía previsto reducir su déficit de aquí a 2016, es decir pagar su crédito en 6 años en lugar de en tres, lo que supone más intereses, pero una cuota más baja, lo que daría más liquidez y permitiría respirar más cómodamente, como ocurriría en una familia. Sin embargo, Europa de repente dice que el crédito hay que devolverlo en tres años sí o sí, y por tanto los países se ven obligados a este aterrizaje forzoso y tienen que recortar donde no lo tenían previsto unos meses antes.

Pongamos el ejemplo de una familia que tenía previsto devolver su préstamo en 10 años, y le obliga su club financiero a devolverlo en 5, y por tanto los gastos mensuales en jamón de york se trasladarán a mortadela o a nada. Cuando algún miembro de la familia le pregunta al miembro que ha sido obligado por el banco o por el club a hacer estos recortes el porqué de esta situación, recibe la respuesta de “no te preocupes, esta decisión la tomo por tu bien, y así nos irá mejor en el futuro”. Como vemos, esta respuesta es la que daría una madre o un padre a un niño que no está preparado para entender estas cosas de adultos. ¿Piensan los Gobiernos europeos, suponiéndolos de buena fe, que somos sociedades infantilizadas? Al menos nos tratan como a tales, y si a un individuo no se le trata y considera como adulto, nunca lo será porque no se enfrenta honestamente a la realidad.

Estas medidas injustas las han decidido unos tecnócratas, pero han puesto de pantalla a unos gobiernos (da igual que sean conservadores o socialdemócratas) que son los que se comen el marrón. Es evidente que estas medidas se han tomado con Zapatero o con Rajoy, con Sarkozy o con Royal. Es un buen truco que ha debilitado la democracia alarmantemente (con el colaboracionismo intencionado o no de los Gobiernos, todo hay que decirlo), porque la gente se da cuenta de que lo que vota no importa a la hora de la verdad

Por consiguiente, las formas y usos del poder se han transformado y perfeccionado, y es por ello que la forma de hacer sindicalismo a la que estábamos acostumbrados ya no funciona, y debemos transformar y perfeccionar las herramientas de presión de los trabajadores. Por ejemplo, si la herramienta del sindicato es simplemente la decimonónica huelga, vamos de culo, porque el poder de verdad, quien ha decidido estas cuestiones, pasa inadvertido y sólo serviría para debilitar al gobierno de turno, y el siguiente gobierno no desgastado y aprovechando la ilusión de los nuevos aires, seguirá siendo un títere del poder real en estos asuntos.

Los sindicatos deben reforzar su rol de grupo de presión (Lobby), y contactar con las fuerzas políticas para que asuman muchas de las propuestas y posiciones de los sindicatos como propias (como hacen muy bien otros grupos de presión como la Iglesia Católica o la CEOE). No quiero decir que los sindicatos no lo intenten, pero su deber es hacerlo mejor. Y hacerlo mejor consiste en que no contacten con los grupos políticos para que simplemente voten en contra de las medidas, sino que adopten una posición proactiva, y que lleven bien estudiadas todo un catálogo de propuestas y alternativas viables, y que generen sólidos canales de comunicación con sus afiliados, quienes se verán representados en ese trabajo y esas propuestas.

Por tradición histórica, los sindicatos tienen más complicado presionar o influir directamente a la derecha, pero trabajar más y mejor la calle y los lugares de trabajo es viable, y la propia calle sí que tendría más posibilidad que el sindicato de influir en la derecha. Esto es lo que se llama lobby de raíz (o grassroot lobbying) y un buen modo de empezarlo sería con la participación de los trabajadores a través de la Red, hacernos ciberactivistas y no sólo pagadores de cuotas. De este modo se estarían creando cauces abiertos de comunicación con el sindicato y al mismo tiempo se vería al sindicato como interlocutor válido frente al gobierno y frente a otros poderes.

Un trabajador igual no va a la huelga porque no quiere perder ese día de sueldo, pero está indignado y estaría dispuesto a manifestar su malestar y a aportar un grano de arena para revertir la situación que considera injusta. Es evidente que los sindicatos están desaprovechando su capacidad movilizadora. Señores, si hay que hacer lobby, hay que hacerlo bien.

Alfonso Cortés González es profesor de Comunicación Política en la Universidad de Málaga

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